By Mr. Nobody (Secret Male Collaborator and Friend Fantasticus)
Le tengo un poco de miedo a
las fresas. Todo nació el día que una compañera con la que cursaba el
bachillerato, me dijo que tenían unos gusanos microscópicos que sin darte
cuenta se te podían subir al cerebro y enloquecerte si no las lavabas muy bien
antes de comerlas. Le decíamos Tea, una curiosa abreviación de su nombre. Tea
sigue siendo mi amiga. Tenía una risa de esas tontas y contagiosas que después
de un rato de intolerancia te hacía quererla mas. Terminabas inevitablemente riendo
con ella. Era mitad ingenua y la otra completamente perdida. Una combinación
interesante cuando te tocaba hacer algún trabajo juntos. En medio de toda esta
ingenuidad yacía un corazón lindo. Pero no debías creerle nada, absolutamente
nada, que tuviese bases científicas. No sé entonces porque le creí lo de las
fresas. Fue la seguridad con la que lo dijo un día muy de repente. Todo está en
la actitud supongo.
Ahora que lo pienso, todas mis
amigas han sido increíbles. Con Tea, a pesar de la actitud no podías creerle
las cosas que decía. No por mentirosa, sino que no sabías si se las había
imaginado o se había confundido de fruta. Quizás hablaba de un pollo. ¿Quien
sabe? Seguro no se acordaba donde lo había oído, pero ella era así, soltaba
unas máximas y les dejaba flotando en el aire, hasta que algún incauto caía en
el pecado de verlas flotar y de repente te montabas en esas fantasías. Como me
sucedió a mi con las fresas. Tea hablaba incoherencias y se reía todo el día.
Nunca sabíamos de que reía o hablaba pero parecía ser feliz. La ignorancia es
felicidad dicen por ahí. Tea era completamente feliz y nunca se tomó nada muy
personal.
La Peluza es otra. Me acuerdo
el día que Titina nos confesó que era swinger. La Peluza y yo nos miramos unos
segundos en desconcierto. Nos recorrió una corriente repentina, como si hubiera
sido lanzada desde los labios de Titina. Nos corrió por todo el cuerpo hasta
que se convirtió en una especie de signo de interrogación en el rostro que
nunca terminó en una expresión definida. No sabíamos como acomodar las cejas
mientras perduraba esa sensación extraña de desconcierto en el ambiente. Esta
sensación, curiosamente iba acompañada de un pausado y creciente erotismo por
todo el cuerpo y terminó por re acomodarnos en nuestros puestos mientras
internamente nos preguntábamos si esto era una invitación en "off" a
algo. Me sentí como de 11 años descubriendo la masturbación por primera vez.
Pues era la sensación de algo pecaminoso pero con todo el ímpetu exploratorio.
Nos congelamos esos instantes y lo manejamos con supuesta madurez mientras
Titina seguía contándonos con detalles sus aventuras. Después de la primera
gota de sudor, la Peluza y yo lo abandonamos al tiempo para pasarlo por el
filtro de nuestros propios valores. Valores y conclusiones de adultos que a
veces comentamos cuando nos vemos.
Recuerdo también el paseo a
Washington D.C. que hicimos desde Nueva York con el Alemán, el novio de la
Peluza en ese entonces. Éramos unas cinco personas, todos arquitectos menos yo.
En una especie de micro carro. De los tres que nos tocó atrás, a dos nos pegaba
la cabeza en el techo. Hicimos una competencia del chiste más malo y gané yo.
Titulo que sostengo no con orgullo. El contagio de las risotadas fue tal que
nos tocó parar al borde de la carretera a reírnos y hacer micciones pausadas.
Algunos tuvimos que hacerlo al tiempo. Dentro del carro.
Me gustó también el día que la
Peluza me mostró su foto en topless en la isla de Formentera. Brazo empuñado al
cielo, mirada al suelo y tetas al aire. Cual bandera comunista. Era un grito en
mute. Una protesta a los principios inculcados, a su pudor natural y como si
las tetas pudieran gritar, estaban mandando todo a la mierda. Me hizo quererla
más. Rebelde, enamoradiza, soñadora. Muy escasos nuestros encuentros pero
siempre excelentes.
Nunca me ocurrió un romance
realmente con mis amigas, pero con Ximena fue miti-miti. Lo que hizo que la
amistad se truncara muy rápidamente y se convirtiera en la ilusión de un
"casi" perenne que aun retumba extrañamente en el fondo de mis
recuerdos durante todo el bachillerato. Un retumbar de fondo como esa caja de
juegos de Jumanji. Me hacía reír. Me quería. La quería. Era muy burletera.
Se juntaba con la Peluza y
Titina y eran inmamables. Hicieron de mi bachillerato una especie de película
ochentera. Eran como esas tres coristas negras, que siempre están a un costado
del cantante y que sin ellas no serían lo mismo los coros de la canción. Podría
decirse que eran la música de fondo de toda mi adolescencia. Sin ellas no habría
existido mi concierto. A veces, me gusta considerarme el baterista de sus
propios conciertos adolescentes.
El símil con las cantantes no
se me ocurrió sin una razón. En esos ochentas y noventas, cuando Whitney
Houston estaba en el pico de la fama justo después de esa película pésima donde
Kevin Costner actuaba como su guardaespaldas, Xime’ intentaba imitar los picos
del coro de "I will always love you". Siempre se daba en el momento
menos esperado. En medio de una clase de Química, o a unos segundos de salir al
descanso o eso de las 6 de la mañana caminando letárgicamente a clase. Todavía
me la imagino con su suéter blanco de resortes vencidos, las mangas cubriendole
las manos, el tronco del suéter a media nalga sobre la falda a cuadros del
uniforme que daban luz a sus piernas largas de girafa que se demoraban una
eternidad en llegar hasta sus tobillos. Todavía recuerdo con lujo de detalles
su caminado pausado y bailado, casi infantil.
La recuerdo con los audífonos
de su walkman amarillo colgando alrededor del cuello, los ojos cerrados,
gestando el grito que de repente inundaría el cielo. Era como si estuviera
llamando a su nave madre o invocando un canto africano raizal tipo el Rey León.
Me encantaba y cantaba.
Todo esto era producto de un
fantasear imparable que giraba alrededor de sus amores platónicos. Estaba
enamorada de uno de los "New Kids on the Block". Nació el 20 de Julio
y su papa le decía que las banderas de Colombia que la gente colgaba desde sus
ventanas eran por su cumpleaños. Curiosamente y no sin falta de ironía por
parte de la vida, su lucha siempre ha sido por su independencia.
Luego, llegué a la
universidad y me hice amigo de la Chela. Una rola loca. Era como tener una
papaya de llavero. En las clases que compartíamos se me pegaba para que le
hiciera los trabajos. Ella decía que los "hicieramos juntos" cosa que
realmente nunca pasó. Pero entre su
curiosa inteligencia, su belleza y su ingenuidad era divertido oírla y
sumergirse en sus sueños mientras yo los hacía.
Recuerdo un día que estábamos
en mi apartamento trabajando sobre un ensayo para una clase de macroeconomía y
me preguntó si yo creía en la vida extraterrestre. Asentí con la cabeza, sin
quitar mi cara de la pantalla del ordenador. Duré unos quince minutos concentrado
en lo que hacia y cuando me voltee hacia ella estaba acostada en el suelo al
costado de una ventana con su mirada fija y absorta en las estrellas. Los ojos un
poco entrecerrados y la boca haciendo una especie de puchero sin fuerza, como
tratando de transportarse hasta allá solo con su cara. Ella no quería, ni tenía
nada que ver con este trabajo, ni mucho menos en esa vida de números sin
sentido. Sentí de ella que con todos sus huesos trataba de recordar su luna o
su planeta o ese espacio idóneo desde donde la mandaron.
Ella era disonante, flaca,
mona, risueña e iluminaba por momentos los pasillos de piedra de esa facultad
fría donde la única zona verde eran las mesas de Ping Pong. Chela siempre reía.
Pero siempre parecía perdida y con afán. Cuando nos veíamos en los pasillos,
nos levantábamos el mentón en señal de saludo y complicidad y nos sonreíamos.
Teníamos una rutina de cervezas después de clases. Me le burlaba sin discreción
pues le estaba saliendo pipa de tanto tomar cerveza. Ella se reía tapándose la
boca y se le escapaba a veces el liquido de la boca y me insultaba con cariño.
En una ocasión nos dimos unos
besos. Fue mucho después de terminar la universidad y yo ya vivía en otra ciudad.
Fue un encuentro fortuito. Nos reímos, recordamos, hablamos de lo nuevo y el
futuro. En lo infinito de mi amiga, lo que más recuerdo con gusto, era que le
gustaba que le pellizcara los pezones.
No sé como se graduó por
cierto, no lo pude haber hecho todo yo, y no creo que hoy se acuerde de nada de
la facultad. Quizás de algún profesor “idiota” como les decía ella o de la
experiencia de algún examen tedioso. Me gusta compararla con Alicia Silverstone,
la mona de ese video de Aerosmith, que sale con la hija de Steven Tyler y que
actúa en esa película que todas las mujeres se han visto unas treinta veces: "CLUELESS".
Ahora imaginensela estudiando Economía en una de las facultades mas difíciles
del país. Que por cierto describe perfectamente la situación de Marcela. No era
tonta ni superficial por supuesto, pero era en esencia parecida. Nos quisimos
mucho esos 5 años que pasé en la facultad. Aún hoy. Ella se tomó su graduación
con calma.
Y me pregunto mientras escribo
esto porqué tengo tanta afinidad con estas mujeres tan fuera del marco
convencional. Cada una de ellas especiales a su manera. Hoy son parte mía y si
me lo permiten, las consideraré por siempre mis amigas. Me rodean la vida, por
lo menos la que llevo en los recuerdos que me barren la mente de vez en cuando.
Las llevo en el presente y como son de ligero equipaje las llevaré siempre
hasta el futuro. Espero siempre seguir recolectando mujeres así en mi vida. Y
lo he seguido haciendo sin duda. Incluso me enamoré de la más díscola de todas
y se llamaba igual que la rola. Pero esta era de Cali, de mi ciudad natal y
querida. Duramos dos años y vivimos juntos uno y medio. No le gustaba recoger
el pelo del sifón de la ducha que se le caía mientras se peinaba. Aducía con
toda seguridad que ese pelo era mío. Siendo que me fui quedando calvo en la
universidad. A esas alturas, los únicos pelos que me quedaban eran en la palma
de la mano. De ella no quiero hablar.
He sido, creo, el mas cuerdo
en medio de la locura de mujeres que me han rodeado. Pero también existe la
posibilidad que: "el loco soy yo" como dice la canción. Es probable,
muy probable. Pues he buscado en los espacios más recónditos de mi ser un
entendimiento inalcanzable bajo los todos métodos tradicionales. Lo que si he
hecho en meditaciones, en yoga, a través de libros, incluso hasta pegándole a
una almohada simulando un rostro para liberarme del yugo de las “limitaciones”
impuestas por mis padres.
Todo esto con el ánimo de
encontrar al loco. Y está bien. También se puede amar al loco. Los más
esotéricos dicen que mi personalidad es producto de mi signo, otros más
terrenales dicen que es porque analizo demasiado cada cosa y no me tomo la vida
un poco más a la ligera. Yo digo que es propio de la naturaleza del alma, tal y
como nos mandaron. O quizás fueron las malditas fresas. Ahí están de nuevo.
Realmente espero que si
alguien me descifra antes que yo, ojalá sean mis amigas. Aprendí de estas
mujeres, que lo más importante para disfrutar el amor es dejarlo llegar. Luego
es saberse amado y finalmente ser leal. Leal como un amigo. Es la clave del
éxito. Soy fiel creyente que los hombres si pueden tener amigas. El paradigma
de que los hombres son perros en automático no me cala. Un perro no puede
escoger no ir detrás de una perra en calor. No tiene otra alternativa. Tiene
que meterse en fila detrás de un combo de canes autómatas de esos que vemos en
la calle con lengua afuera hilando un rastro o aroma de un culito peludo.
Si volviera a nacer en otro
lugar del mundo y tuviera que empezar de nuevo, ojalá mis amigas fueran de otro
planeta como las que escogí. Estoy seguro que si ellas pidieran lo mismo, nos
tocaría empezar de nuevo juntos. Entonces las abrazaría mas. Me burlaría de
ellas mas, y ojalá vengan llenas de sus extrañeces.
Las fresas. Quizás son las
fresas. Estábamos hablando de las fresas y el potencial que tenían de
enloquecer.
Cuando pienso en ellas siento
una sensación agridulce en el paladar. Algo que emerge no sé de donde. Seguro
que esto son los gusanos microscópicos de las fresas haciendo su efecto. Supongo
que mientras vaya contando más, sabré llegar sano y salvo a la conclusión. Pero
sospecho que no voy a poder, pues emerge una sensación “panicosa”. Se parece a
esa sensación que me nació alguna vez en la boca del estomago cuando las vi por
primera vez. Es algo parecido al miedo, tan parecido al amor, no sé. La mejor
analogía que se me ocurre es que las mujeres de mi vida, son como haberme
comido una canasta de fresas. Se han inmiscuido en mi, algunas comparten mi
locura, otras la causaron, pero desde el estómago hasta el corazón, brotaron
por mis poros y sin duda se me subieron al cerebro y están en mi. Ahí está el maldito
gusano de las fresas.
El amor y nada mas que ellas
soy yo. Quizás Tea lo vio así.
To all The Fresas of the world.....