martes, 4 de noviembre de 2014

Mi miedo a las Fresas

By Mr. Nobody (Secret Male Collaborator and Friend Fantasticus)


Le tengo un poco de miedo a las fresas. Todo nació el día que una compañera con la que cursaba el bachillerato, me dijo que tenían unos gusanos microscópicos que sin darte cuenta se te podían subir al cerebro y enloquecerte si no las lavabas muy bien antes de comerlas. Le decíamos Tea, una curiosa abreviación de su nombre. Tea sigue siendo mi amiga. Tenía una risa de esas tontas y contagiosas que después de un rato de intolerancia te hacía quererla mas. Terminabas inevitablemente riendo con ella. Era mitad ingenua y la otra completamente perdida. Una combinación interesante cuando te tocaba hacer algún trabajo juntos. En medio de toda esta ingenuidad yacía un corazón lindo. Pero no debías creerle nada, absolutamente nada, que tuviese bases científicas. No sé entonces porque le creí lo de las fresas. Fue la seguridad con la que lo dijo un día muy de repente. Todo está en la actitud supongo.

Ahora que lo pienso, todas mis amigas han sido increíbles. Con Tea, a pesar de la actitud no podías creerle las cosas que decía. No por mentirosa, sino que no sabías si se las había imaginado o se había confundido de fruta. Quizás hablaba de un pollo. ¿Quien sabe? Seguro no se acordaba donde lo había oído, pero ella era así, soltaba unas máximas y les dejaba flotando en el aire, hasta que algún incauto caía en el pecado de verlas flotar y de repente te montabas en esas fantasías. Como me sucedió a mi con las fresas. Tea hablaba incoherencias y se reía todo el día. Nunca sabíamos de que reía o hablaba pero parecía ser feliz. La ignorancia es felicidad dicen por ahí. Tea era completamente feliz y nunca se tomó nada muy personal.

La Peluza es otra. Me acuerdo el día que Titina nos confesó que era swinger. La Peluza y yo nos miramos unos segundos en desconcierto. Nos recorrió una corriente repentina, como si hubiera sido lanzada desde los labios de Titina. Nos corrió por todo el cuerpo hasta que se convirtió en una especie de signo de interrogación en el rostro que nunca terminó en una expresión definida. No sabíamos como acomodar las cejas mientras perduraba esa sensación extraña de desconcierto en el ambiente. Esta sensación, curiosamente iba acompañada de un pausado y creciente erotismo por todo el cuerpo y terminó por re acomodarnos en nuestros puestos mientras internamente nos preguntábamos si esto era una invitación en "off" a algo. Me sentí como de 11 años descubriendo la masturbación por primera vez. Pues era la sensación de algo pecaminoso pero con todo el ímpetu exploratorio. Nos congelamos esos instantes y lo manejamos con supuesta madurez mientras Titina seguía contándonos con detalles sus aventuras. Después de la primera gota de sudor, la Peluza y yo lo abandonamos al tiempo para pasarlo por el filtro de nuestros propios valores. Valores y conclusiones de adultos que a veces comentamos cuando nos vemos.

Recuerdo también el paseo a Washington D.C. que hicimos desde Nueva York con el Alemán, el novio de la Peluza en ese entonces. Éramos unas cinco personas, todos arquitectos menos yo. En una especie de micro carro. De los tres que nos tocó atrás, a dos nos pegaba la cabeza en el techo. Hicimos una competencia del chiste más malo y gané yo. Titulo que sostengo no con orgullo. El contagio de las risotadas fue tal que nos tocó parar al borde de la carretera a reírnos y hacer micciones pausadas. Algunos tuvimos que hacerlo al tiempo. Dentro del carro.

Me gustó también el día que la Peluza me mostró su foto en topless en la isla de Formentera. Brazo empuñado al cielo, mirada al suelo y tetas al aire. Cual bandera comunista. Era un grito en mute. Una protesta a los principios inculcados, a su pudor natural y como si las tetas pudieran gritar, estaban mandando todo a la mierda. Me hizo quererla más. Rebelde, enamoradiza, soñadora. Muy escasos nuestros encuentros pero siempre excelentes.

Nunca me ocurrió un romance realmente con mis amigas, pero con Ximena fue miti-miti. Lo que hizo que la amistad se truncara muy rápidamente y se convirtiera en la ilusión de un "casi" perenne que aun retumba extrañamente en el fondo de mis recuerdos durante todo el bachillerato. Un retumbar de fondo como esa caja de juegos de Jumanji. Me hacía reír. Me quería. La quería. Era muy burletera.

Se juntaba con la Peluza y Titina y eran inmamables. Hicieron de mi bachillerato una especie de película ochentera. Eran como esas tres coristas negras, que siempre están a un costado del cantante y que sin ellas no serían lo mismo los coros de la canción. Podría decirse que eran la música de fondo de toda mi adolescencia. Sin ellas no habría existido mi concierto. A veces, me gusta considerarme el baterista de sus propios conciertos adolescentes.

El símil con las cantantes no se me ocurrió sin una razón. En esos ochentas y noventas, cuando Whitney Houston estaba en el pico de la fama justo después de esa película pésima donde Kevin Costner actuaba como su guardaespaldas, Xime’ intentaba imitar los picos del coro de "I will always love you". Siempre se daba en el momento menos esperado. En medio de una clase de Química, o a unos segundos de salir al descanso o eso de las 6 de la mañana caminando letárgicamente a clase. Todavía me la imagino con su suéter blanco de resortes vencidos, las mangas cubriendole las manos, el tronco del suéter a media nalga sobre la falda a cuadros del uniforme que daban luz a sus piernas largas de girafa que se demoraban una eternidad en llegar hasta sus tobillos. Todavía recuerdo con lujo de detalles su caminado pausado y bailado, casi infantil.

La recuerdo con los audífonos de su walkman amarillo colgando alrededor del cuello, los ojos cerrados, gestando el grito que de repente inundaría el cielo. Era como si estuviera llamando a su nave madre o invocando un canto africano raizal tipo el Rey León. Me encantaba y cantaba.

Todo esto era producto de un fantasear imparable que giraba alrededor de sus amores platónicos. Estaba enamorada de uno de los "New Kids on the Block". Nació el 20 de Julio y su papa le decía que las banderas de Colombia que la gente colgaba desde sus ventanas eran por su cumpleaños. Curiosamente y no sin falta de ironía por parte de la vida, su lucha siempre ha sido por su independencia.

Luego, llegué a la universidad y me hice amigo de la Chela. Una rola loca. Era como tener una papaya de llavero. En las clases que compartíamos se me pegaba para que le hiciera los trabajos. Ella decía que los "hicieramos juntos" cosa que realmente nunca pasó.  Pero entre su curiosa inteligencia, su belleza y su ingenuidad era divertido oírla y sumergirse en sus sueños mientras yo los hacía.

Recuerdo un día que estábamos en mi apartamento trabajando sobre un ensayo para una clase de macroeconomía y me preguntó si yo creía en la vida extraterrestre. Asentí con la cabeza, sin quitar mi cara de la pantalla del ordenador. Duré unos quince minutos concentrado en lo que hacia y cuando me voltee hacia ella estaba acostada en el suelo al costado de una ventana con su mirada fija y absorta en las estrellas. Los ojos un poco entrecerrados y la boca haciendo una especie de puchero sin fuerza, como tratando de transportarse hasta allá solo con su cara. Ella no quería, ni tenía nada que ver con este trabajo, ni mucho menos en esa vida de números sin sentido. Sentí de ella que con todos sus huesos trataba de recordar su luna o su planeta o ese espacio idóneo desde donde la mandaron.

Ella era disonante, flaca, mona, risueña e iluminaba por momentos los pasillos de piedra de esa facultad fría donde la única zona verde eran las mesas de Ping Pong. Chela siempre reía. Pero siempre parecía perdida y con afán. Cuando nos veíamos en los pasillos, nos levantábamos el mentón en señal de saludo y complicidad y nos sonreíamos. Teníamos una rutina de cervezas después de clases. Me le burlaba sin discreción pues le estaba saliendo pipa de tanto tomar cerveza. Ella se reía tapándose la boca y se le escapaba a veces el liquido de la boca y me insultaba con cariño.

En una ocasión nos dimos unos besos. Fue mucho después de terminar la universidad y yo ya vivía en otra ciudad. Fue un encuentro fortuito. Nos reímos, recordamos, hablamos de lo nuevo y el futuro. En lo infinito de mi amiga, lo que más recuerdo con gusto, era que le gustaba que le pellizcara los pezones.

No sé como se graduó por cierto, no lo pude haber hecho todo yo, y no creo que hoy se acuerde de nada de la facultad. Quizás de algún profesor “idiota” como les decía ella o de la experiencia de algún examen tedioso. Me gusta compararla con Alicia Silverstone, la mona de ese video de Aerosmith, que sale con la hija de Steven Tyler y que actúa en esa película que todas las mujeres se han visto unas treinta veces: "CLUELESS". Ahora imaginensela estudiando Economía en una de las facultades mas difíciles del país. Que por cierto describe perfectamente la situación de Marcela. No era tonta ni superficial por supuesto, pero era en esencia parecida. Nos quisimos mucho esos 5 años que pasé en la facultad. Aún hoy. Ella se tomó su graduación con calma.

Y me pregunto mientras escribo esto porqué tengo tanta afinidad con estas mujeres tan fuera del marco convencional. Cada una de ellas especiales a su manera. Hoy son parte mía y si me lo permiten, las consideraré por siempre mis amigas. Me rodean la vida, por lo menos la que llevo en los recuerdos que me barren la mente de vez en cuando. Las llevo en el presente y como son de ligero equipaje las llevaré siempre hasta el futuro. Espero siempre seguir recolectando mujeres así en mi vida. Y lo he seguido haciendo sin duda. Incluso me enamoré de la más díscola de todas y se llamaba igual que la rola. Pero esta era de Cali, de mi ciudad natal y querida. Duramos dos años y vivimos juntos uno y medio. No le gustaba recoger el pelo del sifón de la ducha que se le caía mientras se peinaba. Aducía con toda seguridad que ese pelo era mío. Siendo que me fui quedando calvo en la universidad. A esas alturas, los únicos pelos que me quedaban eran en la palma de la mano. De ella no quiero hablar.

He sido, creo, el mas cuerdo en medio de la locura de mujeres que me han rodeado. Pero también existe la posibilidad que: "el loco soy yo" como dice la canción. Es probable, muy probable. Pues he buscado en los espacios más recónditos de mi ser un entendimiento inalcanzable bajo los todos métodos tradicionales. Lo que si he hecho en meditaciones, en yoga, a través de libros, incluso hasta pegándole a una almohada simulando un rostro para liberarme del yugo de las “limitaciones” impuestas por mis padres.

Todo esto con el ánimo de encontrar al loco. Y está bien. También se puede amar al loco. Los más esotéricos dicen que mi personalidad es producto de mi signo, otros más terrenales dicen que es porque analizo demasiado cada cosa y no me tomo la vida un poco más a la ligera. Yo digo que es propio de la naturaleza del alma, tal y como nos mandaron. O quizás fueron las malditas fresas. Ahí están de nuevo.

Realmente espero que si alguien me descifra antes que yo, ojalá sean mis amigas. Aprendí de estas mujeres, que lo más importante para disfrutar el amor es dejarlo llegar. Luego es saberse amado y finalmente ser leal. Leal como un amigo. Es la clave del éxito. Soy fiel creyente que los hombres si pueden tener amigas. El paradigma de que los hombres son perros en automático no me cala. Un perro no puede escoger no ir detrás de una perra en calor. No tiene otra alternativa. Tiene que meterse en fila detrás de un combo de canes autómatas de esos que vemos en la calle con lengua afuera hilando un rastro o aroma de un culito peludo.

Si volviera a nacer en otro lugar del mundo y tuviera que empezar de nuevo, ojalá mis amigas fueran de otro planeta como las que escogí. Estoy seguro que si ellas pidieran lo mismo, nos tocaría empezar de nuevo juntos. Entonces las abrazaría mas. Me burlaría de ellas mas, y ojalá vengan llenas de sus extrañeces.

Las fresas. Quizás son las fresas. Estábamos hablando de las fresas y el potencial que tenían de enloquecer.

Cuando pienso en ellas siento una sensación agridulce en el paladar. Algo que emerge no sé de donde. Seguro que esto son los gusanos microscópicos de las fresas haciendo su efecto. Supongo que mientras vaya contando más, sabré llegar sano y salvo a la conclusión. Pero sospecho que no voy a poder, pues emerge una sensación “panicosa”. Se parece a esa sensación que me nació alguna vez en la boca del estomago cuando las vi por primera vez. Es algo parecido al miedo, tan parecido al amor, no sé. La mejor analogía que se me ocurre es que las mujeres de mi vida, son como haberme comido una canasta de fresas. Se han inmiscuido en mi, algunas comparten mi locura, otras la causaron, pero desde el estómago hasta el corazón, brotaron por mis poros y sin duda se me subieron al cerebro y están en mi. Ahí está el maldito gusano de las fresas.


El amor y nada mas que ellas soy yo. Quizás Tea lo vio así.

To all The Fresas of the world.....